viernes, 11 de mayo de 2012

Las paredes que fueron testigos de la masacre

El tribunal que juzga los fusilamientos de Trelew, recorrio con uno de los acusados la Base Almirante Zar, donde se produjeron los asesinatos.
El acusado Jorge Bautista, quien estuvo a cargo del registro castrense de lo ocurrido en la Base Almirante Zar, detalló cómo encontró la escena del crimen el 22 de agosto de 1972, dónde estaban los cuerpos, la sangre y las marcas de “rasguños” en las celdas.

 Por Ailín Bullentini

Desde Trelew

“Puede ser que éste sea el pasillo, pero no lo recuerdo... ¿Y esta puerta da a la Plaza de Armas? Ni idea.” Ciegos parecieron los primeros pasos que el militar retirado Jorge Bautista, acusado de encubrimiento en el juicio por la Masacre de Trelew, dio ayer en el recorrido al edificio central de la Base Almirante Zar, escenario de los fusilamientos cometidos el 22 de agosto de 1972, ordenado por el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia. Parecieron, pero no lo fueron. Porque quien estuvo a cargo del registro castrense de lo ocurrido en las celdas de la base el 22 de agosto de 1972 relató casi de memoria cómo estaban distribuidos los 19 presos políticos en ocho celdas, hasta allí trasladados por militares luego de su intento de fuga del penal de Rawson, y reveló que no todas las víctimas fatales de la masacre fallecieron en el momento. Ese dato, particularmente, fue considerado por la querella de los familiares de las víctimas como el más importante de la jornada: “Indica que a algunas víctimas las dejaron morir”, definió la abogada del CELS Carolina Varsky. Sentado en uno de los bancos que adornan austeramente el hall de entrada del edificio central del predio que la fuerza aeronaval controla, a quince minutos de la ciudad de Trelew, rígidamente serio, apoyaba sus manos en el bastón del que se vale para caminar y fijaba su mirada en el afuera.

La batahola que armó la comitiva judicial –su abogado defensor, los de las querellas de los familiares de las víctimas y de la Secretaría de Derechos Humanos, los fiscales y los jueces– lo despertó del letargo. Se sumó al tumulto que emprendió el reconocimiento del lugar y, sin mediar pedido del tribunal o preguntas de las partes, comenzó a describir cómo había sido 40 años atrás, cuando hizo la “investigación” militar del hecho, por la que está acusado de encubrir la masacre.

“Las celdas se enfrentaban a lo largo y el pasillo corredor desembocaba en una sala que era bastante más grande de lo que es ahora”, repitió el balbuceo el único acusado que participó del reconocimiento, ya anoticiado de que su avejentada humanidad era el punto de mayor atención del recorrido. De cerca lo seguía su abogado, Gerardo Ibáñez.

El recorrido por el edificio comenzó cuando el secretario judicial abrió una de las tantas fojas del expediente de la causa en la que figura un plano del lugar. Un primer pasillo que se abre a la izquierda del hall central, ese con el que Bautista jugó a confundirse durante los primeros momentos, condujo a la comitiva al espacio en donde se ubicaban las celdas que albergaron los últimos días de los 16 presos políticos fusilados. “Esta puerta no estaba, no existía”, balbuceó Bautista mientras los magistrados intentaban sin éxito localizar esa abertura en el mapa del expediente. Hoy, esa puerta es la frontera entre dos ambientes que, aquel 22 de agosto de 1972, fueron uno dividido en varios mínimos. Con los años el sitio fue convertido en un centro cultural para la memoria y, por ende, modificado. Los ladrillos que subdividían la sala en celdas hoy no existen y, en su lugar, una serie de cintas azules pegadas en el piso dibujan la disposición de los cubículos y le dan existencia al corredor en el que cayeron los muertos. Pegados en las paredes perimetrales con cinta de papel, los nombres de los presos obliga a quien camine por allí a sentir la presencia de sus cuerpos desangrados o desangrándose en el suelo.

Bautista accedió a contestar preguntas, aunque siempre bajo el paraguas de que su memoria “no es del todo confiable”. Recitó, cual formación de un equipo de fútbol, la distribución de los presos políticos fugados de Rawson en las celdas de la base: “La primera celda del ala izquierda, como se le llamó en el sumario, estaba vacía. En la segunda estaba (Mariano) Pujadas –las cintas pegadas en la puerta de esa celda, que todavía existe, ubican allí también a Carlos Astudillo y Eduardo Capello–. En la tercera creo que estaba (José) Mena –tampoco se equivocó, los nombres en la pared completan el cubículo con Jorge Ulla y Humberto Suárez–. Al lado estaban las chicas María Antonia (Berger), Ana María (Villarreal de Santucho) y (María Angélica) Sabelli. Al lado, (Humberto) Toschi y (Rubén) Bonet; y al lado (Miguel) Polti y (Alberto) Del Rey. A la derecha, frente a las chicas de la izquierda estaban las otras chicas, (Clarisa) Lea Place y (Susana) Lesgart, luego venía la celda de (Alfredo) Kohon y (Ricardo) Haidar y después (Alberto) Camps y (Mario) Delfino”.

Sin embargo, no fue tan puntilloso a la hora de justificar tales conocimientos. Es que el hombre había viajado a la base desde Buenos Aires específicamente para realizar la “investigación militar” de lo ocurrido. “Lo sé porque investigué. Tenía que entender quiénes eran y dónde estaban encerradas las personas cuyos nombres me llegaban de enfermería en una tarjeta que sólo decía cuántas balas se les había sacado del cuerpo”, apuntó.

Lo que supo no bien llegó fue el estado de la escena del fusilamiento, algo que, en partes, se prestó a reconstruir ayer. Así, Bautista confirmó que cuando llegó encontró proyectiles en el piso del pasillo, marcas de balas en las paredes y en las puertas de algunas celdas –“rasguños”– y manchas de sangre, además de los cuerpos, claro, de los 16 muertos.

–¿Había sangre en los calabozos? –inquirió Guanziroli.

–Había rastros de algunas personas que habían reptado hacia las celdas, pero dentro de los calabozos propiamente dichos no había nada. A la entrada del pasillo de las celdas, en el hall en el que de-sembocaba ese pasillo, había más densidad de gente.

–¿De cadáveres?

–Cadáveres, sí. Había más cadáveres que en el fondo. Indudablemente los cadáveres los tenían que dejar para que los viera el juez. Los heridos, que los habían sacado de acá, acá y acá (señaló en donde estarían ubicadas las celdas de Berger, Camps y Haidar) y creo que había uno más...

–¿Cómo uno más?

–Sí, a mí de la enfermería me dijeron: Bonet acaba de morir.

Para la querella de los familiares, ése fue uno de los datos más importantes de lo comentado por Bautista ayer, ya que “indica que las víctimas fatales en un inicio fueron menos de los 16 que finalmente murieron y que a los que estaban heridos en un comienzo los dejaron morir”, apuntó Varsky. Para la fiscalía, el recorrido por la base, acompañado de la narración en vivo y en directo de uno de los acusados, “aportó mucho ya que gran parte de su relato coincide con lo versado en la causa por el perito oficial que revisó el espacio en cuanto a la distribución de los calabozos y sus dimensiones”, detalló el fiscal que actuó en la instrucción de la investigación, Fernando Gelvez. El TOF, finalmente, decidió que Bautista amplíe su relato en la próxima audiencia del juicio, que será el jueves de la semana que viene.

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