En el juicio por la masacre del 22 de agosto de 1972, se escuchó una grabación de Berger, Haidar y Camps.
El sonidista José Khusnir tomó los testimonios de los tres presos que sobrevivieron a los fusilamientos en el breve lapso que estuvieron libres antes de desaparecer. El relato de las responsabilidades de los acusados Sosa y Bravo.
Por Ailín Bullentini
“Nosotros somos los sobrevivientes de la masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972.” Es lo primero que se le escucha decir al “combatiente” de la “organización Montoneros” Ricardo Haidar en una narración oral a tres voces que compartió junto con los integrantes de las FAR María Antonia Berger y Alberto Camps, diez meses después de “ganarle al enemigo” y cuatro años y medio antes de desaparecer para siempre. Tal vez por eso, el audio de esa historia es tan impactante: hace añicos el silencio que algunos creyeron volver eterno con borrarlos de la faz de la tierra. Entonces, a cuarenta años de las ráfagas de ametralladoras y del pacto de sostenimiento de una versión inventada, los cuerpos que les ganaron a las balas hablan –no ya por boca de otros, como en La Patria Fusilada, del poeta desaparecido Paco Urondo– de los fusilamientos y de los fusiladores. “Lo que me cuestionaba y nos cuestionábamos es que esos tipos son (eran) irrescatables; que todo lo que había pasado nuestro pueblo no les importa ni cinco”, dice Berger en un momento de la descripción, en referencia al “capitán (Luis) Sosa” y al “teniente (Guillermo) Bravo”, cuya extradición no fue aprobada por el gobierno de los Estados Unidos en donde reside, el único con vida que falta en el banquillo de los acusados.
“El régimen en la base era intimidatorio y buscaba nuestra reacción. Los que nos custodiaban tenían orden de hacerlo con bala en recámara y sin seguro; éramos trasladados con las manos en la nuca y apuntados por varias armas”, cuenta Camps, congelado en el tiempo de una cinta de sonido, la última prueba sumada a la masacre de Trelew que entró en la etapa de los alegatos ayer. “Se ve en las palabras que dijo Sosa al día siguiente de la fuga: ‘La próxima no habrá negociación; los vamos a cagar a tiros’. La intimidación tenía caracteres alarmantes. Emitían disparos al aire; al compañero Mariano Pujadas lo hicieron barrer desnudo y a la vista, apuntado por las armas; nos hacían acostar desnudos en el piso a una temperatura de diez grados bajo cero”, ejemplifica el santafesino.
Las condiciones de la detención en la Base Almirante Zar, así como la descripción del comportamiento de Sosa y Bravo, son lo más importante a nivel probatorio que el audio aporta al juicio. Sin embargo, el detalle minucioso del momento de los fusilamientos y el instante mismo en que la versión oficial de los hechos es construida, datos ya conocidos, no dejan de provocar estupor. Grabada por el director de cine y sonidista José Khusnir, la entrevista a los sobrevivientes fue escuchada en el marco de la última audiencia de testimonios del proceso oral. Khusnir grabó el relato para una película que Pino Solanas nunca editó, y lo guardó. En pocos años, el audio se convirtió en un tesoro demasiado peligroso. Temeroso, las metió en un bolso y lo llevó consigo a su exilio en México durante la última dictadura. Varios años después, durante un homenaje a Raymundo Gleyzer, se lo prometió a la viuda de Pedro Bonet –una víctima de Trelew– y ésta las puso a disposición de la cineasta Mariana Arruti en épocas de la filmación de su documental Trelew. De allí, la historia llegó hasta el proceso que busca dar justicia a los fusilamientos.
“Hicieron tanto para eliminarlos y sin embargo resurgieron sus voces. Fue un acto de justicia poética”, definió el abogado de la querella de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Germán Kexel, quien además coincidió con su par Eduardo Hualpa, de la querella de los familiares de las víctimas, en que la versión oída “coincide perfectamente con que los sobrevivientes ofrecen en La Patria... y en los juicios civiles (material que se incorporó en la causa a través de los documentos secretos encontrados en la Armada)”. “El audio fue realmente conmovedor: un viaje que obligó hasta a Sosa a trasladarse en el tiempo y a ver con sus propios ojos esa verdad que él quiere ocultar”, mencionó Hualpa, que ayer comenzó su alegato (ver aparte).
Los fusiladores
Camps: –Estábamos a cargo del capitán Sosa y del teniente Bravo. El teniente Bravo estaba a cargo de un equipo de guardia, eran cuatro guardias durante el día, pero él, que era el verdugo típico, el tipo que constantemente provoca, buscaba estar en tres. Constantemente nos sometía a sanciones, nos hacía desnudar, tirarnos al piso o ponernos desnudos contra la pared sin ningún motivo. Era el prototipo del cínico. Al lado de eso, después venía y buscaba la charla amable. Tenía frases típicas como “a éstos en vez de alimentarlos, deberíamos matarlos”, “ya van a ver que al terror guerrilla se lo combate con el terror antiguerrilla”. Era el prototipo del cancherito, del sobrador. Era característico su cinismo.
Haidar: –El capitán Sosa mostró dos caras. Una que tuvo en las negociaciones y otra a partir de que nosotros pasamos a estar en sus manos. Es un individuo prepotente y que en su momento mostró decisión de matarnos realmente. Cínico, también. Venía, se arrimaba para vernos en qué condiciones estábamos, un poco gozando con el espectáculo. Mostraba también con todas sus actitudes estar a distancias siderales de lo que sentía y pensaba y piensa el pueblo. Una mentalidad enfermiza, reaccionaria y gorila. Nos puteaba: “¡Qué van a hacer ustedes, combatientes del pueblo! Ustedes son asesinos, delincuentes”.
Berger: –Nunca nos reconocían como parte del pueblo. Tanto Sosa como Bravo siempre trataban de mostrarnos así, como los asesinos o como los delincuentes. En ese sentido, no nos respetaban. Ahora, por otro lado, sí tenían una especie de admiración porque pese a que nos gritaban nosotros teníamos el ánimo alto. Pese a todas las amenazas siempre nos reíamos, estábamos contentos y eso no podían soportarlo y no podían comprenderlo.
Ráfagas de ametralladora
De manera casi igual a cómo lo relató ante el grabador de Paco Urondo el día en que aguardaban la libertad del “Devotazo”, Berger recordó, una vez más y para una película que nunca fue, cómo los “hicieron formar” en la madrugada del 22 a las tres y media de la mañana “con patadas en las puertas”. “En un determinado momento comienzan los disparos. Me sorprendo mucho, me siento herida. Tenía en aquel momento ya cuatro disparos encima.” Mencionó que después de ver a “la Santucho” muerta se dio cuenta de que los estaban “fusilando” y detalló que el “tiro de gracia” que recibió en la cara le hizo sentir “una explosión en la cabeza”. Camps aseguró comprender “inmediatamente que es una masacre, que es la muerte para todos”. Resultó herido en el momento de los remates, al igual que Haidar.
Sin embargo, mechado entre el devenir métrico del desenvolvimiento de los asesinatos en sí, el montonero santafesino reveló el instante en el que, heridos y desangrándose en el piso de las celdas en que los habían encerrado durante una semana, oyeron la primera explicación formal de la versión oficial y mentirosa de los hechos: “Todos los que quedamos heridos fuimos recogidos posteriormente a que llegara un grupo de gente que aparentemente era ajena a los hechos y que tal vez explicarían la razón de que estemos aquí, de que hayamos sobrevivido a la masacre. Porque esas personas recibieron explicaciones por parte de Bravo, como que Mariano Pujadas le había querido quitar la pistola al capitán Sosa”.
La grabación finaliza con un análisis de la masacre que los sobrevivientes realizan en esa época. Durante esos escasos diez meses, los combatientes de las organizaciones armadas populares no sólo habían salvado sus vidas, sino también habían vuelto a la cárcel y recuperado su libertad, creían, para siempre. “Para nosotros el sobrevivir a una encerrona, una ratonera en la que se mirara para donde se mirara estaba todo cubierto, es una limitación del enemigo”, evalúa –en presente eterno– Haidar, quien además destaca que el “invento” de una versión ficticia de los hechos para integrantes de la fuerza se debe a que “ellos tienen contradicciones internas y que no todos tienen las características de Bravo y de Sosa”. Para Berger, la masacre intentó “la eliminación física” y con ella “dar un golpe fuerte a la guerrilla y aislar a los combatientes del pueblo. Lo que pasa después, sobre todo con el velatorio de los compañeros, muestra hasta qué punto nadie se creyó la historia que contaron los milicos”.
Los alegatos finales
Según la querella de los familiares de las víctimas de los fusilamientos del 22 de agosto de 1972, la Masacre de Trelew fue “un hito en el plan clandestino de represión, que alcanzó su máxima intensidad durante la última dictadura”. Así comenzó el abogado Eduardo Hualpa, uno de los integrantes de esa querella, los alegatos finales en el marco del juicio por los hechos sucedidos hace cuarenta años. Hualpa expuso los hechos previos al fusilamiento que causó 16 muertes y heridas graves a otros tres prisioneros en la base Almirante Zar de la Armada, desde la fuga, una semana antes, de 25 detenidos del penal de Rawson, la capital de Chubut. Hoy continuará su colega Carolina Varsky con el pedido de penas para los cinco acusados.
El sonidista José Khusnir tomó los testimonios de los tres presos que sobrevivieron a los fusilamientos en el breve lapso que estuvieron libres antes de desaparecer. El relato de las responsabilidades de los acusados Sosa y Bravo.
Por Ailín Bullentini
“Nosotros somos los sobrevivientes de la masacre de Trelew, ocurrida el 22 de agosto de 1972.” Es lo primero que se le escucha decir al “combatiente” de la “organización Montoneros” Ricardo Haidar en una narración oral a tres voces que compartió junto con los integrantes de las FAR María Antonia Berger y Alberto Camps, diez meses después de “ganarle al enemigo” y cuatro años y medio antes de desaparecer para siempre. Tal vez por eso, el audio de esa historia es tan impactante: hace añicos el silencio que algunos creyeron volver eterno con borrarlos de la faz de la tierra. Entonces, a cuarenta años de las ráfagas de ametralladoras y del pacto de sostenimiento de una versión inventada, los cuerpos que les ganaron a las balas hablan –no ya por boca de otros, como en La Patria Fusilada, del poeta desaparecido Paco Urondo– de los fusilamientos y de los fusiladores. “Lo que me cuestionaba y nos cuestionábamos es que esos tipos son (eran) irrescatables; que todo lo que había pasado nuestro pueblo no les importa ni cinco”, dice Berger en un momento de la descripción, en referencia al “capitán (Luis) Sosa” y al “teniente (Guillermo) Bravo”, cuya extradición no fue aprobada por el gobierno de los Estados Unidos en donde reside, el único con vida que falta en el banquillo de los acusados.
“El régimen en la base era intimidatorio y buscaba nuestra reacción. Los que nos custodiaban tenían orden de hacerlo con bala en recámara y sin seguro; éramos trasladados con las manos en la nuca y apuntados por varias armas”, cuenta Camps, congelado en el tiempo de una cinta de sonido, la última prueba sumada a la masacre de Trelew que entró en la etapa de los alegatos ayer. “Se ve en las palabras que dijo Sosa al día siguiente de la fuga: ‘La próxima no habrá negociación; los vamos a cagar a tiros’. La intimidación tenía caracteres alarmantes. Emitían disparos al aire; al compañero Mariano Pujadas lo hicieron barrer desnudo y a la vista, apuntado por las armas; nos hacían acostar desnudos en el piso a una temperatura de diez grados bajo cero”, ejemplifica el santafesino.
Las condiciones de la detención en la Base Almirante Zar, así como la descripción del comportamiento de Sosa y Bravo, son lo más importante a nivel probatorio que el audio aporta al juicio. Sin embargo, el detalle minucioso del momento de los fusilamientos y el instante mismo en que la versión oficial de los hechos es construida, datos ya conocidos, no dejan de provocar estupor. Grabada por el director de cine y sonidista José Khusnir, la entrevista a los sobrevivientes fue escuchada en el marco de la última audiencia de testimonios del proceso oral. Khusnir grabó el relato para una película que Pino Solanas nunca editó, y lo guardó. En pocos años, el audio se convirtió en un tesoro demasiado peligroso. Temeroso, las metió en un bolso y lo llevó consigo a su exilio en México durante la última dictadura. Varios años después, durante un homenaje a Raymundo Gleyzer, se lo prometió a la viuda de Pedro Bonet –una víctima de Trelew– y ésta las puso a disposición de la cineasta Mariana Arruti en épocas de la filmación de su documental Trelew. De allí, la historia llegó hasta el proceso que busca dar justicia a los fusilamientos.
“Hicieron tanto para eliminarlos y sin embargo resurgieron sus voces. Fue un acto de justicia poética”, definió el abogado de la querella de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Germán Kexel, quien además coincidió con su par Eduardo Hualpa, de la querella de los familiares de las víctimas, en que la versión oída “coincide perfectamente con que los sobrevivientes ofrecen en La Patria... y en los juicios civiles (material que se incorporó en la causa a través de los documentos secretos encontrados en la Armada)”. “El audio fue realmente conmovedor: un viaje que obligó hasta a Sosa a trasladarse en el tiempo y a ver con sus propios ojos esa verdad que él quiere ocultar”, mencionó Hualpa, que ayer comenzó su alegato (ver aparte).
Los fusiladores
Camps: –Estábamos a cargo del capitán Sosa y del teniente Bravo. El teniente Bravo estaba a cargo de un equipo de guardia, eran cuatro guardias durante el día, pero él, que era el verdugo típico, el tipo que constantemente provoca, buscaba estar en tres. Constantemente nos sometía a sanciones, nos hacía desnudar, tirarnos al piso o ponernos desnudos contra la pared sin ningún motivo. Era el prototipo del cínico. Al lado de eso, después venía y buscaba la charla amable. Tenía frases típicas como “a éstos en vez de alimentarlos, deberíamos matarlos”, “ya van a ver que al terror guerrilla se lo combate con el terror antiguerrilla”. Era el prototipo del cancherito, del sobrador. Era característico su cinismo.
Haidar: –El capitán Sosa mostró dos caras. Una que tuvo en las negociaciones y otra a partir de que nosotros pasamos a estar en sus manos. Es un individuo prepotente y que en su momento mostró decisión de matarnos realmente. Cínico, también. Venía, se arrimaba para vernos en qué condiciones estábamos, un poco gozando con el espectáculo. Mostraba también con todas sus actitudes estar a distancias siderales de lo que sentía y pensaba y piensa el pueblo. Una mentalidad enfermiza, reaccionaria y gorila. Nos puteaba: “¡Qué van a hacer ustedes, combatientes del pueblo! Ustedes son asesinos, delincuentes”.
Berger: –Nunca nos reconocían como parte del pueblo. Tanto Sosa como Bravo siempre trataban de mostrarnos así, como los asesinos o como los delincuentes. En ese sentido, no nos respetaban. Ahora, por otro lado, sí tenían una especie de admiración porque pese a que nos gritaban nosotros teníamos el ánimo alto. Pese a todas las amenazas siempre nos reíamos, estábamos contentos y eso no podían soportarlo y no podían comprenderlo.
Ráfagas de ametralladora
De manera casi igual a cómo lo relató ante el grabador de Paco Urondo el día en que aguardaban la libertad del “Devotazo”, Berger recordó, una vez más y para una película que nunca fue, cómo los “hicieron formar” en la madrugada del 22 a las tres y media de la mañana “con patadas en las puertas”. “En un determinado momento comienzan los disparos. Me sorprendo mucho, me siento herida. Tenía en aquel momento ya cuatro disparos encima.” Mencionó que después de ver a “la Santucho” muerta se dio cuenta de que los estaban “fusilando” y detalló que el “tiro de gracia” que recibió en la cara le hizo sentir “una explosión en la cabeza”. Camps aseguró comprender “inmediatamente que es una masacre, que es la muerte para todos”. Resultó herido en el momento de los remates, al igual que Haidar.
Sin embargo, mechado entre el devenir métrico del desenvolvimiento de los asesinatos en sí, el montonero santafesino reveló el instante en el que, heridos y desangrándose en el piso de las celdas en que los habían encerrado durante una semana, oyeron la primera explicación formal de la versión oficial y mentirosa de los hechos: “Todos los que quedamos heridos fuimos recogidos posteriormente a que llegara un grupo de gente que aparentemente era ajena a los hechos y que tal vez explicarían la razón de que estemos aquí, de que hayamos sobrevivido a la masacre. Porque esas personas recibieron explicaciones por parte de Bravo, como que Mariano Pujadas le había querido quitar la pistola al capitán Sosa”.
La grabación finaliza con un análisis de la masacre que los sobrevivientes realizan en esa época. Durante esos escasos diez meses, los combatientes de las organizaciones armadas populares no sólo habían salvado sus vidas, sino también habían vuelto a la cárcel y recuperado su libertad, creían, para siempre. “Para nosotros el sobrevivir a una encerrona, una ratonera en la que se mirara para donde se mirara estaba todo cubierto, es una limitación del enemigo”, evalúa –en presente eterno– Haidar, quien además destaca que el “invento” de una versión ficticia de los hechos para integrantes de la fuerza se debe a que “ellos tienen contradicciones internas y que no todos tienen las características de Bravo y de Sosa”. Para Berger, la masacre intentó “la eliminación física” y con ella “dar un golpe fuerte a la guerrilla y aislar a los combatientes del pueblo. Lo que pasa después, sobre todo con el velatorio de los compañeros, muestra hasta qué punto nadie se creyó la historia que contaron los milicos”.
Los alegatos finales
Según la querella de los familiares de las víctimas de los fusilamientos del 22 de agosto de 1972, la Masacre de Trelew fue “un hito en el plan clandestino de represión, que alcanzó su máxima intensidad durante la última dictadura”. Así comenzó el abogado Eduardo Hualpa, uno de los integrantes de esa querella, los alegatos finales en el marco del juicio por los hechos sucedidos hace cuarenta años. Hualpa expuso los hechos previos al fusilamiento que causó 16 muertes y heridas graves a otros tres prisioneros en la base Almirante Zar de la Armada, desde la fuga, una semana antes, de 25 detenidos del penal de Rawson, la capital de Chubut. Hoy continuará su colega Carolina Varsky con el pedido de penas para los cinco acusados.
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